martes, enero 16, 2018

Guardia de cine: reseña a «Nuestra hermana pequeña»

Título original: «Umimachi Diary». 2015. Japón. 2 horas y 8 minutos. Dirección: Hirokazu Koeeda. Guión: Hirokazu Koeeda basándose en el manda de Akimi Yoshida. Elenco: Haruka Ayase, Masami Nagasawa, Kaho, Suzu Hirose

Sin resquicio para que se cuele el dolor y la rabia, comienza este relato en el que las hermanas van abriéndose como flores ante la llegada de la primavera. Una píldora que consigue que la luz se abra paso entre la oscuridad de una enfermiza existencia

Toda expresión artística pretende provocar una reacción. Cada persona puede, gracias a su innata subjetividad, desarrollar una respuesta única a cada estímulo, ante una escena en concreto: desde el meloso apego al aborrecimiento más visceral. Mas, en el caso de esta película japonesa, creo bien que solo puede haber una única manifestación por parte del público ante la delicada filigrana que se va encajando entre las escenas y los planos; delicada como una acuarela que van pintando las ramas de un árbol familiar en unión con sus raíces: una paz indescriptible, incluso felicidad, al convivir con las hermanas Kôda y la adolescente Suzu, su hermana pequeña por parte de padre, en un microcosmos familiar que recuerda a «Mujercitas», aunque marcando ciertas distancias.

El mérito de este filme es el lograr que el espectador no sea un mero testigo al otro lado de la “ventana”, sino que le hace traspasar dicha barrera y a sentirse bienvenido a la mesa de la vieja casa familiar y compartir frugales comidas donde hay sitio para todo y todos; mientras los destellos de una nueva vida nos permiten conocer a cada uno de los protagonistas, vislumbrando la fragilidad de la vida y los lazos que unen a las personas, al menos, en una historia íntima tan pequeña y adorable como es ésta.

Todo da comienzo cuando las hermanas Kôda, Sachi (la mayor y más seria, pues fue quien se encargó de su familia cuando su progenitor las abandonó quince años atrás), Yoshino (la mediana, temperamental y caprichosa) y Chika (la pequeña, divertida e infantil), reciben la noticia del fallecimiento de su padre y deciden asistir a las honras fúnebres, donde conocerán a Suzu Asano, su hermana menor por rama paterna, quien ha quedado huérfana. Lejos de cristalizarse una hostilidad hacia la adolescente por ser el fruto del adulterio de su padre, las hermanas Kôda se encariñan al instante con la tímida Suzu, sobre todo cuando saben que fue ella y no la viuda (la tercera esposa) quien cuidó del padre durante las últimas semanas de vida. Gratitud por parte de las hijas que no odian a su padre y que reciben en su seno a Suzu para no dejarla a merced de su díscola madrastra.

Así, de este modo, sin resquicio para que se cuele el dolor y la rabia, comienza este relato en el que las hermanas van abriéndose como flores ante la llegada de la primavera. Sachi, enfermera, mantiene una relación sentimental con un hombre casado, repitiendo la historia de la mujer que le robó a su padre, algo que la mortifica y  por lo que paga penitencia haciéndose cargo de toda la casa y de Suzu, a quien trata como a una hija, pues se ve identificada en su hermana menor. Yoshino da un vuelco a su vida despreocupada como cajera de banco cuando recibe un ascenso y se da de bruces con la dolorosa realidad de un mundo cruel que se extiende al otro lado de la valla que cierra la propiedad Kôda. Chika quizá sea el personaje más liviano pues no sufre cambio a lo largo de la cinta, pero que, gracias a su sonrisa y su cariñoso comportamiento, sin ambiciones, se hace querer. Y, por último, está Suzu, la niña fuera de lugar que, por fin, encuentra un hogar junto a sus hermanastras, al conocer a su familia cercana y asomarse a una vida futura, aventurándose por los recovecos de la juventud de su padre.

La historia de las cuatro hermanas es como un tranquilizante muscular, una píldora que consigue que la luz se abra paso entre la oscuridad de la enfermiza existencia, en el transcurso de una vida que gira, con sus nacimientos y muertes, y que hay que disfrutar con la gente que te ama. Mientras la familia exista, habrá motivos para sonreír. 

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