miércoles, junio 21, 2017

Santa Cruz de la Mar Pequeña

La primera vez que escuché hablar de Santa Cruz de la Mar Pequeña fue una tarde de fin de semana, una de esas lluviosas de invierno que se pasan al calorcito del televisor, una vez ocultado el sol. A saltos, de canal en canal, y tratando de vencer una pesada letanía, me fui deslizando por la parrilla hasta que tropecé con Miquel Silvestre y su motocicleta BMW, perdidos en algún punto de las, en su día, posesiones españolas en el continente africano. Por no seguir trastabillando sobre el mando — aunque, para ser sinceros, no aguanto al bueno de Silvestre—, solté el ancla en la Segunda cadena de RTVE.

Llegó el instante en el que la pantalla mostró una playa y los restos de una torre de planta cuadrangular. Era lo que quedaba de la fortaleza de Santa Cruz de la Mar Pequeña, el enclave más antiguo en el continente africano donde ondeó la enseña de Castilla, allá, en el s. XV; ahí es nada.

Hasta ese preciso instante, como he confesado sin rubor alguno, nunca había oído mencionar de esta Santa Cruz y merezco ser azotado (o quizá no sea para tanto). Ese nombre tan largo para tan lejano territorio se me quedó grabado y con este pequeño artículo he tratado de poner remedio a mi ignorancia, sintetizando algunos de los más vetustos y enfrentados estudios que hacen mención a la conquista, posesión y discusión de este confuso paraje y que, en su momento, dio mucho que hablar en una serie de negociaciones con los gobernantes de Marruecos, ya en el s. XIX.

Se dice que Santa Cruz de la Mar Pequeña forma parte de la conquista castellana de las islas Canarias, encabezada  por Juan de Bethencourt, vasallo del rey Enrique III, allá por 1402. Aún no teniendo metido en el bote, ni por asomo, el conjunto del archipiélago, Bethencourt puso su interés en el cercano continente, y aquí comienzan las destempladas discusiones acerca de lo que realmente sucedió:

Según unos, Bethencourt aprestó una fragata con quince hombres por tripulación y fuerza. Al parecer, barajó la costa africana entre cabo Cantín (Beddouza) y el río de Oro y algo más allá, lo que da a la expedición cierto cariz explorador y poco más.

Según otros, fijando la fecha de salida de Bethencourt el 6 de octubre de 1405, tres galeras se echaron a la mar en Fuerteventura con Gran Canaria como destino final, pero los céfiros empujaron a la pequeña flota hasta cabo Bojador, donde permaneció ocho días de escaso ocio, apresando cautivos de una tribu de la zona.

Según el padre Abreu Galindo, Bethencourt puso pie en la zona conocida como los Médanos, en el desierto del Sáhara, cifrando el número de inocentes apresados en 60, entre hombres y mujeres, que fueron inmediatamente llevados a España como esclavos.

Y hasta ahí podemos leer. No parece haber nada más reseñable acerca de la presencia española en la ya conocida como Santa Cruz de la Mar Pequeña, ni siquiera cuando Maciot de Bethencourt, quien se hace poco después con la gobernación de las Canarias, hizo la jugada de la doble venta del territorio al conde de la Niebla y al infante Pedro de Portugal. Debió darse entonces un interesante caso para los juristas acerca de quién de ambos adquirientes del mismo pago ostentaba potior iure. Curiosamente, la discusión se zanjó con los lusos alegando que la Mauritania tingitana romana formó parte de la monarquía goda; poco menos que un brindis al sol, pero que coló a favor de los castellanos.

Con el paso de los años, la titularidad de las islas acabó en manos de doña Inés de Peraza, nieta de Guillén de las Casas y esposa de don Diego García de Herrera*1

Herrera mandó construir una torre-fortaleza*2 hacia 1478, en un punto de la costa a 33 leguas de travesía de mar desde Lanzarote, junto a la boca de un río que entraba en tierra más de tres leguas y que permitía la entrada y fondeo de bergantines, goletas, fustas y otras embarcaciones mayores.

El castillo de la Ysleta —a cuyo cargo de capitán y alcaide estuvo el sevillano Jofre Tenorio (no confundirlo con el famoso almirante de Castilla)—, sentía en sus almenas la presión constante de un ejército compuesto por más de diez mil infantes moros y tres mil lanzas. En un momento dado, Herrera, tras asistir a la boda de su hija Constanza con Pedro Hernández de Saavedra, mariscal de Castilla y señor del Sahara, debió acudir en auxilio de la plaza con cinco navíos y setecientos hombres de armas, entre los que se encontraban Juan Alonso de Sanabria, gobernador de Fuerteventura y capitán de las compañías de África.

Herrera rompió el sitio haciendo bramar las culebrinas de abordo y barriendo el campo moro a golpe de metralla. El desembarco del grueso de las tropas de refresco se efectuó hacia la medianoche, quedando Alonso Cabrera como comandante de la guarnición.

La inquina local hacia el enclave castellano estaba de sobra justificada, pues desde allí partían regularmente cabalgadas andaluzas y canarias hacia el interior del continente en busca de esclavos y mercancías que se tomaban, como era de esperar, por la fuerza.

Hubo paz durante algunos años, hasta que Jofre Tenorio asumió el cargo de alcaide. La fortaleza cristiana volvió a verse convulsionada ante el sitio a la que se le somete por medio de otro ejército de diez mil efectivos a pie y otros dos mil a caballo. Tenorio tuvo tiempo de pedir auxilio a Lanzarote, desde donde Herrera de nuevo da muestra de su presteza y ardor guerrero, dirigiendo cinco bajeles con setecientos hombres de armas abordo.

Diego García de Herrera, conquistador de las siete islas, señor del Reino de la Canaria y del Mar menor de Berbería, falleció el 22 de junio de 1485, tomando el testigo del interés por el África continental el murciano Alfonso Fajardo, de la casa de los marqueses de Vélez, leal servidor y vasallo de los Reyes Católicos durante la toma de Granada, quien reedificó la fortaleza de la Ysleta y levantó Santa Cruz de la Mar pequeña (cumpliendo el decreto real de 29 de marzo de 1492)*3 y las defendió de los continuos ataques del rey Fez.

Durante sus años de esplendor, la fortaleza adoptó un cariz comercial como factoría al estilo portugués, con continuos intercambios pacíficos con las tribus cercanas, aunque Fajardo contaba con el reparo de que los nobles de las Canarias seguían tomando dicho punto geográfico como de partida para sus brutales cabalgadas. Fajardo rogó a los católicos monarcas la declaración de zona exenta de entradas, amparándose desde 1499 a todo aquel que acudiera a la torre a comerciar, independientemente de su condición religiosa y/o procedencia; aunque tras la muerte de Isabel I de Castilla la cosa comenzó a desmadrarse, pues los canarios veían en Santa Cruz de la Mar Pequeña un fuerte competidor en contra de sus intereses comerciales.

Los jerifes ya no pudieron demorar más la guerra sobre el territorio tras la irrupción de la corriente sufista en el Islam, importando bien poco la anterior y correcta gestión y diplomacia del gobernador Lope Sánchez de Valenzuela (obteniendo el vasallaje de las notables tribus al norte de la fortaleza, en el reino de Bu-Tata). La zona debía volver a ser retomada por los musulmanes, siendo expulsados los cristianos. El rey Fez, ya en el año 1524, conquistaría la fortaleza y, por lo visto, la mandó destruir hasta los cimientos.

Ese mismo año de 1524 el adelantado D. Pedro de Lugo planeó reedificar la estructura, pero no parece que alcanzara éxito alguno. Y así quedó tal emplazamiento que se pretendió alzar de nuevo en varias ocasiones, como asegura Próspero Casola, oficial de ingenieros del rey Felipe II, quien da a entender el interés del emperador Carlos V en Santa Cruz de la Mar Pequeña. Lo cierto es que las viejas y esquivas ruinas, no siempre a la vista de los exploradores que llegaron a pisar aquel desierto en los siglos siguientes, sirvieron (entre otros puntos geográficos) a España, ya en el s. XIX, para determinar los límites de sus posesiones africanas y del añorado Sáhara español.





1* Decir que ambos cónyuges cedieron las islas de Canaria a los reyes católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, monarcas estos que vieron en la lejanía de aquellos territorios una conveniente peculiaridad para escogerlos a la hora de desterrar a más de una figura incómoda a sus ojos.

2* Con el paso del tiempo, ambas torres confluyeron en un único recinto amurallado, conocido como castillo de la Luz.

3* Hubo un gran empeño en la construcción, disponiendo de caudales, mano de obra y materiales en abundancia, siendo que la estructura principal de la torre estuvo terminada en dos meses tras el desembarco de la expedición el 30 de agosto de 1496.

No hay comentarios: